Carmín en el vaso.



Para Irene, por ser la primera sonrisa de la mañana. 


De mi juventud, de esa época descuidada y subversiva, me han quedado recuerdos y dos versos extraños que espero transformar algún día en poesía*. Los recuerdos son esenciales, actitudes o movimientos nimios que perduran en el corazón para siempre. Como la luz de los acomodadores de cine, trabajo ya en desuso, mis amigos y yo estábamos colados por la chica que partía las entradas, a veces entraba en la sala oscura, a mitad de la película, armada con su linterna, entonces nosotros dejábamos de ver la película y toda nuestra atención se centraba en su oscura silueta, ella miraba la pantalla y suspiraba cada vez que aparecía Brad Pitt, tal vez así sea el amor, mirar prendado a esa persona que suspira por alguien que nunca somos nosotros. Pero casi todos mis recuerdos confluyen en ti. El lunes que me llevaste al campo a merendar en tu coche inerme, yo no sabía ni conducir, tendría diecisiete, tan sólo alucinaba con los movimientos maravillosos que hacían tus pequeños pies mientras manejabas por un sendero empedrado. La puerta de tu facultad donde te esperaba de lunes a jueves mascando chicle, no quería estropear ningún beso con mi sabor a tabaco, nunca te gustó el humo (ni siquiera el que salía de mi boca), para llevarte a un café cercano y que me contaras historias sobre ciudades enterradas o genios con miedo a ser genios. Yo escuchaba y te hacía reír, mis payasadas relajaban la tensión de los exámenes finales y tu risa era lo mejor de mi día. ¿Recuerdas? La oscuridad de un parking en las afueras, el vértigo que me producías cuando, haciéndote la despistada, tu boca pronunciaba no, nunca una mujer me rechazó tantas veces. La recepción del hotel donde entré contigo y salí sin ti, tus medias de colores, que le gustaban a toda la ciudad menos a mí. El silencio de Salamanca roto por nuestros pasos en una noche helada. Cada uno de esos momentos fue felicidad, no lo supe hasta hoy. Ahora, mientras escribo estas palabras y a ratos miro por la ventana me doy cuenta de la dicha. Y es que la felicidad es así, hasta que no se marcha no logramos asimilarla. Aunque como iba yo a saber que la felicidad es un amor de cartas escritas a mano, de cintas de cassette a medio grabar, de singultos en la estación. Siempre pasa, cuando echamos la vista atrás no recordamos como buena ventura los días más pomposos de nuestra vida, sino una caricia, un despertar, o un reflejo tal vez. Y evocamos amores que nos hicieron reír, reconciliaciones bajo la lluvia, ropa por el suelo. 
Siempre he creído, al igual que Jorge Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor, puesto que a medida que pasa el tiempo pierdo más que gano. Me dejan amigos, familiares, amores, por distintos motivos, pero se van. Mi soledad gana en vértigo, arrugas y preguntas, cada vez más lejos de cualquier certeza, cada vez más cerca de una puñalada por la espalda. Y un día me siento en mi lado favorito del sofá para hacer balance, preguntarme sobre el pasado, ese avión al que nunca subí, la rabia que cargo en mis hombros, los abrazos perdidos, y descubro que no todo ha ido tan mal, a pesar de tantas pérdidas, de la confusión, de los labios que nunca besaré, de los aviones que despegan sin mí, a pesar de todo, al caer la noche alguien me espera y cree mis mentiras, abre una botella de vino, aguanta mis historias de borracho, me susurra que nunca me faltará un beso. Si lo hice mal no me arrepiento, si lo hice bien no me lo creo. ¿Qué más puedo pedir? Me gusta quitar el vaho del espejo del baño y encontrarme, tener derrota en mis venas, sábanas manchadas, maullidos, relámpagos, problemas que no me dejan dormir. Si alguna vez estuve perdido fue porque me soltaste la mano. Y sé que hay un tren en la estación que partirá de madrugada sin mí, no me importa, nunca subiré a un tren que me lleve lejos de ti, no quiero Nueva York, no quiero el mar si no es contigo. 
Espérame cuando oscurezca, volveré lo antes posible, pon a enfriar mis latas de cerveza barata, tu vino de carmín en el vaso, tengo historias que contarte. Recitaré en tu oído el poema de abajo mientras desabrocho lento tu aterido corsé, te pediré de rodillas que te quedes a dormir, que no me abandones, que sigas siendo la primera sonrisa de la mañana.  


*"La poesía está en todas partes, incluso en algunos versos".  J. Sabina. 




MI ÚNICA MADONNA. 


Yo pasado de rosca, analfabeto ilustrado,
mercader de fantasmas jacobinos. 
Tú risueña primavera de cielo nublado,
Reina Mora de pies damasquinos. 

Mi poca destreza no dice lo que siento,
me falta tinta, ambigüedad y versos,
o tal vez tiempo, o un mejor talento,
para explicar lo inexplicable de tus besos. 

Ni tú eres de Venus ni yo de Marte,
sólo pasó que caímos en la trampa,
somos como Teresa y el Pijoaparte,
limón norteño, tequila del Tenampa. 

Mi ronquera y tu suave voz
adivinan la combinación imperfecta.
Deshecha la cama, cae el albornoz,
otro desvarío de una noche insurrecta. 

No tengas miedo, yo estoy contigo,
cuidaré tu sueño en las madrugadas,
luchando con arañas adictas a tu ombligo,
no habrá monstruos ni agujas afiladas. 

Beatriz de Dante caminando por Florencia,
sonetos de Miguel Ángel a Victoria Colonna. 
Si para Botticelli, Simonetta Vespucci fue ausencia,
tú eres para mí, lluvia, harina y mi única Madonna.  


































       
       Marcos H. Herrero. 


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