Tarde de octubre.





Sinceramente no creo que ninguna de mis entradas sea merecedora de ser pasada a papel, excepto esta. No por buena, las hay mejores, (véase: Destino equivocado o Si no fueras tan yo) sino por el esfuerzo. Nada que haya escrito, desde el día en que el profesor de matemáticas me pilló en clase escribiendo una historia sobre orcos y elfos, me ha costado tanto. Recordar un pasado desastrado duele, escribirlo duele más. Porque las heridas no se cicatrizan en una máquina de escribir, como piensan algunos escritores. La letra es mercromina, mas no cicatriza. 



Cinco años ha de tu rendición y por aquí todo sigue siendo un desastre. Empezando por mí, cada día me cuesta más sonreír. Ya, ya lo sé, pero me haces mucha falta y octubre guarda dolor marcado en rojo en el calendario. A veces me pregunto por qué te fuiste, de repente, sin querer irte, si yo necesito tu abrazo tanto, tanto. Me pregunto qué pensarás de mí ahora, después de estos años y de aquellas caídas en las que siempre me levanté, ¿te sentirás orgullosa? Seguro que me reñirías. "Sigues acostándote muy tarde y levantándote temprano, así no puedes descansar bien, tienes que dormir más." Ya sabes que yo no duermo mucho Mamá, soy como tú, me encanta quedarme hasta tarde leyendo a la luz de una lámpara minúscula. ¿Recuerdas mis noches de juventud? Llegaba a casa a las tantas, sin hacer ruido, y cuando cerraba la puerta allí estabas tú, en la primera habitación de la izquierda, envuelta en humo, sentada al borde de la cama y con un libro entre las manos. "¡Vaya horitas eh! Dame un beso y vete a la cama, anda." Yo no decía nada y tú lo sabias todo. A medida que fueron pasando los años llegaba más tarde y más borracho, ya dormías, la puerta entornada, pero nunca te faltó mi beso de buenas noches, aunque alguna vez ese beso se convirtió en el de los buenos días. 
Si aparecieras hoy, de improviso, pediría el día libre. Daríamos un paseo por el barrio y te contaría todo lo que ha cambiado; Silvia ya no sigue con el quiosco, ahora lo regenta un señor calvo y nervioso, creo que te va a gustar, vende cerveza hasta tarde los fines de semana, es un buen tipo. El bar de la esquina sigue siendo de ese hombre gordo que trabaja con su mujer, nunca me acuerdo de su nombre, luego le preguntamos al abuelo, seguro que él se acuerda, más de un vino se ha tomado allí. La panadería ha dejado de vender esas trufas de nata que te gustan tanto, ahora tiene pasteles coloridos y variados, hace poco compré unos cuantos y los comimos acordándonos de ti. Algunas calles han cambiado de sentido, el parque está hermoso por las tardes, a la caída del sol, con los niños y los perros corriendo como locos. Nuestra acera, ya ves, sigue siendo la más estrecha de la ciudad. Mira, mira, por allí camina el abuelo, se mantiene firme y elegante a la par que insoportable. No te preocupes, yo no me rindo. Vamos a saludarlo. 
Pero no vas a aparecer ¿verdad? Tendré que ir a trabajar, con mil preguntas sin respuesta, echarte de menos, como cada día, tener miedo por las noches. Miedo a la muerte supitaña, a no poder ser, a la pólvora mojada de esta letra impostora. Miedo de la inseguridad que llevo en los bolsillos, del tiempo que se nos escapa y nos envuelve en canas y rutina, de tu reloj que suena puntual. Miedo de mí. Miedo a que aparezcas de improviso. 

Hoy llueve, el cielo está fantasmagórico, ruidoso, sucio, gris. Como las fotos que me llevan a los minutos felices de una dura infancia, de una madre que sonríe detrás de los primeros pasos de su hijo. Ella con sufrimiento en los ojos, vestida de calle, abandonada y digna. El niño con nada a su alrededor, carga demasiada pena en sus manos, el pijama le queda grande y necesita sonreír. Los dos como coches varados en la parte baja de la ciudad a consecuencia de la lluvia. 
Así son las fotos antiguas, nos muestran un pasado y unas personas que no siempre reconocemos, heridas que aún no se notan, estragos del tiempo. Y es que soy mucho del "cualquier tiempo pasado fue mejor", creo que nos encaminamos al abismo, arrugados y perdidos. También sé que si estuvieras aquí, me dirías que mire al futuro con esperanza, que tengo una vida por delante, que me quedan muchas cosas por estrenar, por escribir. Que esté contento con mi paso firme, con la mujer que me admira y admiro, con un mañana sin desenvolver. Pero no estás, ni siquiera en esos momentos del día en los que, caminando de regreso a casa, me siento desabrigado entre edificios de luces amarillas. Es entonces cuando la ciudad, por fin, se da cuenta de que existo y muestra su quietud y sus secretos: los ojos verdes de un gato negro, el brillo selénico en la acera, un ladrido a lo lejos. Antes podía contarte todo esto, si estaba cerca nos reíamos en el sofá, con la televisión apagada, sino llamaba y te desvelaba mis aventuras por teléfono. No vuelvas muy tarde a casa, me decías. Hoy no puedo llamarte y la que está lejos eres tú. Vuelvo tarde a casa y nadie me espera leyendo. Te extraño y las gotas de lluvia se aquietan en el cristal. De ahí mi convencimiento hacia las palabras de Don Jorge Manrique. 

Sigues teniendo mi patria potestad, y tan lejos estás, que siempre estás a mi lado. Yo tengo de ti la frente, el hoyuelo, los etcéteras, y estos ojos para que puedas ver lo que yo veo. Tu reloj suena puntual, creo que te haré caso, necesito descansar. Acabo este párrafo y a la cama. Voy a poner el punto final en el peor mes del año, porque tan sólo espero que mi muerte me una a la tuya en una tarde de octubre. 

         Marcos H. Herrero. 

Comentarios

  1. Me has hecho llorar, Marcos. Yo también perdí a mi madre muy joven, justo un mes después de cumplir los veintiséis y desde entonces mi vida ha sido una carrera de obstáculos. Se fue una noche fría de invierno, sin avisar, tras una vida dura y complicada. Este diciembre habrán pasado 22 años desde aquella noche maldita y sin embargo, su recuerdo permanece intacto. Como bien dices, son heridas que no cicatrizan. La recuerdo todos los días. Esta primavera, unos bárbaros profanaron su tumba y me volví a partir en pedazos (http://www.gaceta.es/noticias/profanacion-tumbas-tanger-11042014-2020). En fin, te cuento todo esto porque te aprecio mucho y tu escrito me ha llegado al alma. Claro que tu madre se sentiría muy orgullosa de ti ¡Como para no estarlo! No te rindas nunca, Marcos. Un abrazo muy fuerte.

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    1. Compartimos el mismo dolor. Me ha impactado tu historia. Es increíble la bestialidad de la gente. Inhumano. Sin palabras. Aún así tenemos que seguir adelante. Estoy convencido de que están muy cerquita nuestro. Me alegra muchísimo que una de mis entradas nos haya unido un poquito más. Ánimo Karima. Un abrazo muy fuerte.

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