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Mostrando entradas de noviembre, 2015

A un tronista.

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Hay una cosa que odio por encima de todo: los tronistas. Y ya no esos que salen por la tele, a fin de cuentas ellos cumplieron su objetivo y les pagan una pasta, sino los sucedáneos. Los subnormales que quieren parecerse a alguien tan bajo. Los de la inseguridad recalcitrante. En mi barrio cada día hay más. Caminan por la calle convencidos de ir a la última moda, posando para la foto, con sus cejas depiladas y su mente vacía. Selfielíticos de paroxismo ajustado. Cuesta creer que exista gente tan superficial. ¿Cómo alguien puede elegir esa vida con la cantidad de libros, museos, arquitectura, cuadros y ventanas que hay en el mundo? Incultura aceptada y de la que se jactan, que no soporto, mas cuando va regada con dietas de gimnasio, haciéndonos creer que agarran mancuernas porque se quieren mucho a sí mismos. Pues si tanto te quieres agarra un libro y cuida tu mente, es lo único que te hará distinto a los demás. Al final los raros serán los que escriben, crean, pintan, leen y se pre

Mi primera vez.

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Hace unos días, entre tragos, disfruté de una buena conversación con una mujer. Curiosa como pocas, ella me hizo todo tipo de preguntas. Hablamos de libros y cine, de amores y mentiras, de poesía y fracaso.  "Escucha, y si grabamos la conversación y la subes al blog. A la gente que te lee le gustará." Por la tercera cerveza acabé convencido. Así que ahí va, palabra por palabra. Disculpen la ebriedad y la cursilería. Murmullo de bar.  ¿Por qué Relámpagos?  Por desahogo, por venganza, por derrota. Por pensar en algo que no sea todo este desastre. Porque quiero escribir un verso como esos rayos tremendos que iluminan una noche oscura.  ¿Qué hay en el blog? Gatas, beodos y desamor, todo envuelto en un inevitable fracaso. Por eso un blog, sino publicaría en papel, tendría éxito, sería famoso y la chica que quiero estaría conmigo y no con otro.  Hablando de chicas, que tú para eso eres una calamidad .  ¿Yo? ¿Calamidad? Sólo soy alguien qu

Allons enfants de la Patrie.

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Una de las cosas más increíbles que me han pasado en la vida fue caminar por París. Es una ciudad absorbente, efébica, viva. Quedé impresionado, sus contraventanas, sus tejados, esos edificios, todo parece más bello en París; la luna, el frío, una mañana. Como buen paleto que soy, lo que más me fascinó fue su gente, la manera de caminar por el metro, sus miradas, la tolerancia, la amalgama de culturas viviendo relativamente en paz. En la ciudad donde vivo es muy difícil ver eso, allí no, pasas por un parque y como en cinco o seis pasos puedes cruzarte con hindúes, rusos, africanos, franceses, judíos, maricones, vagabundos, argelinos, pobres de solemnidad, chinos, nadie se fijará en ti, la convivencia es total, lo que hace de París una gran capital. Recuerdo que fui una semana después de los atentados de Charlie Hebdo y en el aire lacrimoso de la ciudad se podía respirar unión y libertad. Me marcó mucho, más que la belleza del Sena o Notre Damme o el sagrado corazón. Por eso cami

No soy buena.

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Quiero un amor como el de Amy y Blake. Un amor drogadicto y destructivo. Meterme un pico con mi chica en el camerino entre canción y canción. Pasear de la mano entre flashes de periodistas desalmados. Cada día más borrachos, cada día más delgados. Aspirar la niebla de Londres mientras ella escribe canciones en la ventana. Que me encarcelen y tú te vayas con otro. Morir por amor.  Este poema va dedicado a Amy Winehouse, a su jazz y su voz, a ella, por esa autodestrucción de mecha rápida. Hay vidas poéticas pero ninguna como la suya. El amor es un infierno con caricias que se convierte en cielo si te fijas en mí.  Canciones cargadas de injusticias que cortan como un bisturí.  Sólo querías hacer arte en conciertos herméticos.  Un pub donde emborracharte sin lagrimear cosméticos.  Tu ojo y tu nariz se pasan de la raya y no tienes un amigo que te ladre.  Demasiado frágil, demasiado cobaya, me cago en el taxi de tu puto padre.  No vayas a reh

Aquel que un día fui.

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Lo veo en una calle deshabitada, muy de mañana, camino del trabajo. Sonriente, tierno, pero con una tristeza que el mundo, injustificable, le hizo cargar sobre sus hombros. Fuma un cigarro y piensa en el último verso de un libro nocturno, que su vida cambió. Lo veo claramente, muy correcto con los semáforos. Desviviéndose por causas perdidas, por personas malas, por amores que nunca le sostendrán la mirada. Ahora camina por la oscuridad de una tarde de invierno, mucho más deprisa que en tiempos pretéritos. Atávico. Ya con un trabajo no le basta. Los días se hacen cortos. El aburrimiento y la monotonía desgastan, también un amor no correspondido. Por eso huyó a Roma. Allí nos encontramos, en la estación de Termini. Él llevaba gorra negra y había vuelto al vicio de tabaco. Me enseñó cuadros de Caravaggio, delante de los cuales lloró. Un Moisés cabreado y bello, más hermoso que ninguno. Unas escaleras donde emborracharse. ¿Lo volveré a encontrar algún día? Aquel que se