Repugnancia.



                A tanta gente que dije adiós.

¿Por qué me pusisteis tanto impedimento?
¿Acaso ya me veíais capaz de escribir estas palabras?
Víctimas de vuestra envidia, os felicito,
las ataduras, frecuentemente, valen para poco.

Temerosos de la gente brillante,
no os importa que un niño pase hambre,
ni que añore el abrazo de su padre.
Mi felicidad es lo primero,
sentenciáis al firmar los papeles del divorcio.

Canosa testa llena de escupitajos,
oxigenados y deprimentes,
respiráis creyendo ser inmortales.
¡Ay! incrédulos analfabetos,
desde la repugnancia que me dais,
os informo que la muerte
también se llevará vuestras insulsas vidas.

Vender el alma a cambio de
un chalet y dos coches en el garaje,
una segunda mujer más joven
que se enfada si no le compras joyas,
y un hijo consentido que juega con drogas.
Usureros denigrantes, tarde comprenderéis
que el dinero no lo es todo, cabrones.

Dignos de algo peor que el infierno,
todos los males se acordarán de vosotros,
pero ahora continuad con el error,
para cuando eso ocurra yo estaré lejos.
Y ya sabéis: Antes de hablar de mí,
lavaros la lengua con lejía.

             Marcos H. Herrero.

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