Si tú no fueras tan yo XXXI. Ultimísima entrega.


Desde hace seis meses él no aparece tras la niebla del espejo. 

Me llevaron a especialistas. Decían que hablaba solo, que tenía un problema. 

La cama donde estoy ahora es metálica, fría, terrorífica. Tengo las manos atadas. 

Un hombre famélico y amargado entra en la habitación. Se acerca, lleva implantes mal disimulados en el pelo, mira el suero de un gotero conectado a una vena de mi brazo ¿será suero?

¿Dónde estoy? 

¿No recuerdas nada? 

Mi cara de gilipollas hace que el hombre misterioso siga hablando. 

Te trajeron hace meses. Estás aquí para curar tus problemas. 

¿Problemas?

Extrae de los pies de la cama una carpeta. En la solapa de su bata blanca lleva una placa indentificativa que reza: Tu trabajo. 

Hojea folios garabateados. Gráficos irregulares. 

Según esto tu cabeza no anda muy bien. Has recaído. Te recogieron de la calle, por lo visto hablabas solo, los viandantes se asustaron y llamaron a la policía. Tienes que estar tranquilo, yo soy doctor y voy a poner todo mi empeño en estabilizarte. 

¿Cómo te llamas? 

No te lo puedo decir, ahora estás muy débil y asimilar determinadas tesituras puede hacerte daño. 

¿Cómo salgo de aquí? 

Tienes que recuperarte, aún estás convaleciente, pero saldrás pronto, con el debido tratamiento volverás a ser el de siempre. 

¿Cuál es ese tratamiento?

Te voy a recetar puntualidad, rutina, obediencia. Cuanto más trabajes mejor. Madruga, madruga mucho, eso hará que los síntomas disminuyan. Trágate tus palabras cada hora. No rechistes. Aguanta amenazas. Un poquito más de cobardía no te vendría mal. 

¿De qué coño estás hablando? No quiero hacer eso. 

Sabes perfectamente de lo que hablo, llevas haciéndolo tiempo. Desde hace meses pagas las facturas, la hipoteca, el desastre, eso es bueno. Pero has recaído y no lo puedo permitir. 

De qué coño me hablas. Desátame por favor. 

No voy a desatarte. No, hasta que cambies de vida. Mira las arrugas de mi cara, la falta de sonrisa, mi entrecejo hundido. Esto es lo que quiero para ti. Enfádate, la frustración guiará tu camino. Deja que apriete más tus ataduras. 

El daño se hace casi inaguantable en las muñecas, también en el tobillo. Una lágrima se desliza borracha por mi mejilla. 

Yo no quiero esto. No. No. Necesito una revolución que rompa estas cadenas. 

Eso es intolerable. Piensa en las facturas, en el banquero de la esquina. Todo tiene un precio y tú, como todos, tienes que pasar por caja, medir cada euro, ahorrar para un futuro que no tendrás. Cálmate, lo que te digo es cierto. Los dolores de espalda y de cabeza te recordarán que mi tratamiento da sus frutos. 

Me estás agobiando. No acepto tu tratamiento. Lárgate. Lárgate. 

No olvides mis palabras, al final pasarás por el aro, serás uno más de tantos. 

Que te larges, fuera. Vete. 

Cierro los ojos con fuerza. Oigo un portazo. Noto la presión acumulándose en mi sien izquierda, baja por la espalda, se instala en los riñones, va dejando un reguero de dolor a su paso. Mi vista vuelve a la habitación. Se ha ido, no hay nadie. El silencio calma mis puños, los dedos de mis pies. 
La puerta se vuelve a abrir, despacio. Atisbo tras ella a una tímida mujer que viene hacia mí silenciosa, sonriente. 

He oído un golpe. Ese doctor que acaba de salir es un desquiciado. ¿Estás bien? Deja que desate tus ataduras. 

Tiene los ojos grandes, el pelo color fuego, fuego de una mañana recién nacida. Su piel es lechosa, contrasta con cualquier foco de luz. Parece divertida, sensible. Su bata es azul, diría azul eléctrico pero nunca se me dieron muy bien los colores. 

Siento mucho lo que te están haciendo. Es una injusticia. 

Baja la cabeza, suspira. Sigue hablando. 

¿Tienes frío? Puedo traerte una manta. 

No, gracias, estoy bien, sólo quiero irme de aquí. 

Aún no puedes Marcos, hoy pasarás el día en esta habitación. Ya, ya sé que es tu cumpleaños pero necesitas descansar y darte cuenta de todo lo que estás viviendo. Hacer balance. 

Pasa su mano blanca por mi cara. 

¿Quién eres? 

Antiguamente me llamaban Afrodita, Eros, Cupido, Venus. Ahora ya no tengo ni nombre. 

¿Estás de coña? Me queréis volver loco. 

No, he venido a hablarte del amor, sí eso, creo que ahora me llaman amor. 

Joder. Tú sí que estás loca. 

Quiero que hablemos del mar y sus secretos, de las caricias que pasearon un día por tu piel, de las musas que crees que se marcharon. 

Pues yo no quiero hablar de eso. El mar me cae muy lejos, las caricias están olvidadas y las musas... Digamos que yo nunca estuve con una musa. 

Se sienta a la orilla de la cama. 

¿A quién quieres engañar? Estamos solos, tranquilízate, baja el escudo. Te lo puedes creer o no pero sé muchas cosas, estoy a tu lado cada día, en muchas situaciones y aunque finjas no verme, yo a ti sí te veo. Te veo sufrir, agobiarte y luchar por esas caricias que crees olvidadas. Soy la dueña de tu vida, todo lo que haces lo haces por mí. ¿Qué te ha dicho el doctor, que trabajes, que seas obediente, que pagues las facturas? ¿Y sabes por qué haces eso?

Porque no me queda otra. La sociedad es así, al final tienes que hincar la rodilla y aceptar todas esas situaciones mundanas que juraste y perjuraste no entrarían en tu vida. Yo lo llamo el síndrome de la naranja mecánica. 

Te equivocas. Lo haces por amor, porque quieres que las personas que están contigo sean felices. Luchas, aguantas y maldices por y para las sonrisas de tu gente. Cuidas de un anciano, de los animales, del amor de tu vida. Eso no es vulgaridad, ni mucho menos. Lo que pasa es que lo haces mal, al primero que tienes que querer es a ti, mirar por ti, preocuparte menos de los demás. Entre el tumulto de los días laborables hay una persona que te necesita, tú. 

Eso es muy difícil querida. Tú no eres amor, eres una utopía. 

También me dicen esa palabra. Incrédulos. 

O realistas. Fácil es decirlo pero llevarlo a cabo es otro cantar. Amo muchas cosas, la poesía, la literatura, el cine, la familia, estar con mis amigos, pero después de diez horas de trabajo se hace muy difícil todo eso. 

¿A quién te gustaría parecerte? 

Sabes esas personas que suben fotos a las redes sociales, sonrientes, felices, en lugares exóticos con sus parejas, demostrándole al mundo un amor que no tiene fin, selfies retocados por filtros armoniosos, vivir a través de una pantalla, pues todo lo contrario. 

Eso es lo que quieres. Ser diferente a los demás. 

Regalar una ternura distinta de todo ese paroxismo, pero es casi imposible. 

No te niegues a ti mismo. No hace falta que me mientas. Tú después del trabajo llegas a casa y das un beso a la persona amada, estás con tu familia, lees, escribes. Al único tipo al que no le dedicas tiempo es a ti. ¿Qué harías si pudieras salir de aquí ahora mismo?

¿Qué hora es?

No lo sé, no tengo reloj, supongo que será tarde. 

Pues ir al bar con mis amigos, me están esperando seguramente. 

Eso se llama como yo, amor. 

La puerta se abre estrepitosamente. Un hombre traspasa el umbral tambaleante y despeinado. 

Eso se llama alcoholismo y es lo mejor. Largo de aquí zorra, tú siempre le has traído dolor a Marcos. 

¿Nos estabas espiando detrás de la puerta?

Sí qué pasa. Yo hago lo que me da la gana. 

El hombre, descamisado y hortera, parece borracho. Me mira. 

Hola mi niño, he pasado por el bar y te he traído un par de cervezas frías. Incorpórate, que empieza la juerga. 

No parece borracho, está borracho. 

Y tú, fuera de aquí coño, no te queremos, Marcos sólo necesita un chupito, no patrañas estúpidas. Qué le habrás contad, joder. Milongas de caricias y domingos de sofá, a la mierda, los domingos son para tener resaca. Largo. Por suerte mis licores harán que olvide todas las bobadas que le has metido en la cabeza. 

Ella echa un último vistazo a mi cuerpo malherido y cansado. 

Acuérdate, yo curaré tus heridas. El lunes después de la resaca que dice este verbenero, tus labios rogarán por un beso, tu mano buscará otra mano, y la única que estará contigo seré yo. 

Métete esas gilipolleces por el culo y déjanos solos, él jamás te va a creer. 

Con aire de batalla perdida ella abandona la estancia. No te vayas por favor, quiero seguir hablando contigo. 

Menos mal que ya se ha ido, toma, bebe, es la cerveza que más te gusta. Brindemos. Por el número 31, con todas las noches que hemos pasado juntos nunca pensé que llegarías tan alto. 

La cerveza que me ha puesto en la mano está fría. Me la llevo a la boca, la espuma me hace sentir reconfortado, hablador. Al tercer trago el hombre loco que se pasea haciendo eses por la habitación y contando chistes a las paredes me cae bien, podría ser incluso mi amigo. La quinta anilla que aplasta la hendidura de una lata por la que saldrá cerveza cada vez más rápido hace un sonido delicioso y crujiente. 

Tío, vámonos por ahí a follar, la noche está en aceptable uso. ¿Quién carajos dijo eso?

Ángel González. 

Aaaahhh qué cabrón, no se te escapa ni una. Espera que te desato los tobillos. 

Al acercarse a la cama cae al suelo. Su risa sube en un estruendo alcohólico. No sé por qué pero yo me río también. Trepa a duras penas a la cama. El aliento denota demasiadas noches de jarana. Se tumba medio dormido a mi lado. 

Creo que me he pasado con la tipa esa a la que mandé a tomar por culo. 

Eres demasiado bruto yo creo. Sabes, creo que la echo de menos, era muy guapa y estaba buena. 

Tenía buen culo, pero como esa hay mil, y mejores. ¿Hace un chupito? ¿Qué bebes últimamente? Puedo conseguir lo que quieras. 

Depende de la hora, supongo que ahora mismo cualquier cosa. Cerveza o Vodka o Ron. Si es chupi prefiero hierbas. 

¡Qué bueno eres! Si es que te quiero. 

Yo también te quiero. 

Nuestros efluvios etílicos se mezclan en un abrazo que parece sincero pero que es obra del alcohol. No quiero decir lo que voy a decir, me siento extraño, derrotado tal vez. 

Creo que he fracasado en la vida. Todo lo hice al revés. Puta mierda de vida. Yo sólo quería ser escritor, llevar al papel historias que nadie ha escrito. Sacudirme esta maldita mediocridad, dormir abrazado a musas eclécticas. Y sin embargo aquí estoy, abrazado a ti. 

Estar abrazado a mí es la mejor terapia. 

Reconoce que al final me vuelves un poco depresivo. 

Joder, y qué tipo de ayuda necesitas. 

Me gustaría hablar con él. 

¿Con quién?

Ese que aparecía en el espejo. 

¿Quieres eso, de verdad? Espera, conozco a alguien. Eeeeyyyyy ya puedes pasar. 

La puerta se abre con un viento furioso y espontáneo, tras el cual aparece en escena una vieja que viste de un negro andrajoso. Medio bruja, medio abuela friendo huevos. 

Es una amiga, se llama muerte. 

No hace falta que me presentes, nos conocemos de hace tiempo, Marcos escribe mucho sobre mí, piensa mucho en mí. ¿Verdad?

La poca borrachera que me quedaba se esfuma entre los pómulos marcados de la parca. Mi corazón se acelera. 

No... no esperaba verte por aquí. 

Tanto tiempo que pasamos juntos y aún tiemblas cuando me ves. 

¿Ha llegado ya mi hora?

Todos preguntáis lo mismo, creéis que sólo valgo para deslizaros el dedo por la frente, para apagar vidas. Sirvo para mucho más y tú lo sabes. He venido para que hables con alguien. 

De su túnica zaina saca lenta un pequeño espejo. Me lo planta enfrente de la cara. 

¿Qué ves?

Nada. Ni siquiera mi reflejo, ¿qué intentas mostrarme con tu brujería?

Pasa su mano venosa por el azogue y conforme se retira aparece la silueta de un tipo al que conozco bien. O conocía. Soy el primero en hablar. 

¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Por qué ya no me diriges la palabra?

Lo sabes perfectamente. Eres un vendido, ya no hay poesía en tu noche ni literatura en tu día. Te mueves como uno más de tantos. Callas lo que callan todos, hablas como la mayoría. Te retiré la palabra cuando vendiste tu letra por un sueldo miserable. 

Aquí estamos los cuatro, la muerte, mi alcoholismo, mi alter ego y yo. Ajustándome las cuentas. 

¿Qué querías que hiciera?

Aguantar, seguir escribiendo. Has mentido a todo el mundo, que si habrá libro, que si ahora no. Me dejaste un sabor amargo en la boca. Prometías y te has quedado en eso, una promesa vana que se lleva la corriente. 

Yo no tengo la culpa, hago lo que puedo. Las ideas están pero me falta tiempo para cumplir esas promesas. 

A mí no me puedes llegar un día y decirme que vas a ser escritor y al día siguiente tener miedo al fracaso y volverte lo más mundano posible. 

Subsisto en un mundo hostil, que no es poco. 

Mírate, si hasta tú mismo te llamas mercenario sin vocación. La falta de talento, o mejor dicho, fallar en la búsqueda de ese talento ha hecho que yo desaparezca del espejo. 

Mi miedo al fracaso me lleva a escribir, pero lo único que hago es exponerme más al fracaso. La presión, la falta de tiempo y sueños, la hartura es insondable. 

Eres un adicto a la derrota, quieres ser el vencido antes si quiera de levantarte por la mañana. Desencantado es poco para expresar lo que siento. 

Di lo que sientas, me da igual. 

Pues que te odio, Marcos. Sinceramente, tú ya no eres tan yo. 

       Marcos H. Herrero.

Comentarios

  1. "Cuando la vida sólo me ofrece rutina
    Y mis ganas me prestan dolor
    Tú me brindas la dulce retina
    Donde se encuentra un mundo mejor".

    Ya esperaba con ansia un nuevo "Si tú no fueras tan yo. XXXI" y un año más no me has decepcionado. Un Relámpago maravilloso y lleno de reflexiones. Gracias por recordarnos que en la vida no es todo trabajar y rendirse a los patrones que la sociedad nos obliga a cumplir. Tú me has recordado que hay que luchar contra lo mundado, que cada día hay que dedidar un tiempito a uno mismo y a hacer lo que más nos gusta y que amamos, como estar con las personas que quieres y compartir el tiempo con ellos.
    Aquí estamos tus incondicionales, yo la primera, que te agradecemos que sigas ahí, de vez en cuando, recordándonos que hay que tirar un poco más de esas cadenas que nos atan de pies y manos, invitándonos a reflexionar con tus palabras, empujándonos a revelarnos contra todo lo mundano con tus bellísimos poemas. Espero que este año tu reflejo en el espejo te odie un poco menos porque consigas alcanzar alguno de esos sueños. Un abrazo muy fuerte, querido Marcos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Tormenta de mayo.

ESCRIBIR UNA PRIMERA NOVELA Y EL RUIDO QUE NOS SEPARA.

Al arte que me ha dado tanto.