Cuando duermo en tu cama.


 "Ser mal poeta no implica una gran tara."

             FBR.             


Cuando duermo en tu cama
aparece en mis sueños una ciudad de Francia,
siempre ocurre, cierro los ojos y la veo,
lejana, onírica, apacible, trabajosa. 
No es París, no es Marsella,
es una ciudad que huele a norte,
y está cerca de un mar con escarcha. 
Lo sé porque una brisa húmeda 
juega a dejar frío en mis labios. 

Los dos nos perdemos en busca de un hotel,
hay fábricas expulsando humo gris hacia las nubes,
al lado de un río huérfano de peces. 
Llegamos muy temprano, siempre es viernes,
y los niños de la misteriosa ciudad
se dirigen a la escuela con la cabeza gacha,
los ojos escudriñando la pantalla esclavista de sus móviles. 

Yo lo veo todo a través de una ventana sucia de niebla,
la ventana de un taxi onírico, fantasmal,
tú vas a mi lado vistiendo pupilas dilatadas,
pelo alborotado, esperanzas de colores. 
Hablas sobre los museos que vamos a visitar,
estatuas de reyes que murieron en una cama,
como en la que ahora sueño con esta ciudad. 

Tu cámara de fotos va fabricando postales;
un viejo ceniciento que fuma en la puerta de un bar,
una pareja que discute entre el frío de un malentendido,
arquetípico y orgulloso él, invulnerable ella,
el taxista con su mirada sonriente en el retrovisor,
alguien que camina por las viejas vías del tren
mientras un perro cruza lento la carretera. 

No llegamos a ningún lado antes de despertar,
el sol que entra por las rendijas de la persiana,
o tal vez los pasos de una gata en el edredón,
me traen de vuelta a un martes inmisericorde.

Ya desayunando compartiremos sueños,
te hablaré de esta ciudad y este poema,
escribe sobre ello me dirás antes de irte
y dejar en el aire tu perfume sedoso. 

Cuando duermo en tu cama
aparece en mis sueños una ciudad de Francia,
no me preguntes por qué lo sé, quizá 
por la falta de erres sobre el murmullo de la gente,
o por las endebles mesas que burlan al chaparrón 
en las aceras olorosas de los restaurantes.


Casi siempre mis poemas suelen generar en ella una emoción, un sentimiento, un no sé, un escalofrío digamos. Termino de escribir y lo noto en la chispa de sus ojos cuando:

Recítame algo que hayas escrito. 

No te voy a recitar nada, es muy malo esto que he hecho. 

Siempre estás igual, a mí me gusta mucho tu letra y punto. 

Que te guste no significa que sea bueno, de hecho es horroroso, tu opinión no es imparcial, nunca una musa dijo que no le gustara el arte que inspira. 

Con zalamerías de bruja dulce, acaba por convencerme y leo, tímido e inseguro, las palabras que siempre construyo para ella. Al punto final sonríe, aplaude, a veces llora, se paraliza, piensa, regala besos, abrazos, en fin, me obliga a seguir escribiendo para volver a repetir lo mismo. Cada dos o tres poemas o artículos o relatos, dice que ya es hora de hacer el libro, y ahí sí que no, una cosa es un blog y otra las páginas sagradas de algo sagrado para mí. Sin embargo esta vez ha sido diferente, mi numen no ha reído, ni llorado, ni tan siquiera ha expuesto una mueca en su rostro, termino de leer el poema de arriba y nada, pasividad absoluta. Parecía imposible pero he defraudado hasta a la deidad que tanto me inspira, de ahí ese verso de Felipe Benítez Reyes. Así que no me ha quedado otra que reservar dos plazas de un avión barato para llevarla a una ciudad del norte de Francia, quizá haciendo realidad mis escasos sueños ella vuelva a sentir algo por mis textos. Tenía que escribirlo. 

      Marcos H. Herrero. 

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