Balance y deseos para el año nuevo.



Hacer balance de año cuesta, escribir unos deseos casi imposibles para el nuevo año cuesta aún más. Será, porque, aunque me cueste reconocerlo, este 17 no ha ido tan mal. Hubo bailes y madrugadas de confeti, libros que hablan del mar y sus secretos, de crímenes y planetas lejanos, cines con olor a palomitas quemadas y Coca-Cola fría. Por una vez la primavera vino de la mano de un gordo borracho llamado Botticelli, y el invierno llegó sobre la luz blanquecina de Vermeer. La resaca no dolió tanto, ni las lágrimas irremediablemente derramadas, ni los bofetones de la chica que no aguanta un piropo soez. Existieron versos que te hicieron pensar, cien páginas que me dan miedo. Desde luego, escribí menos de lo quisiera, la vida convertida en esfuerzo constante. Dormí poco, pero dormí contigo. Soñé poco, pero soñé contigo. Hasta le di una patada en el culo a peripatéticos de pelo artificial.

Y después de esto a uno le da por escribir unos deseos en ese plural de modestia que tanto me gusta.

Que la derrota cuente hasta diez antes de disparar, que ese disparo no nos atraviese el corazón. Que la lluvia golpee nuestras ventanas y el viento mueva las hojas de los libros. Que le demos la espalda al miedo, a la cerrazón, a los fantasmas del pasado, al cartel que anuncia la llegada a nuestro pueblo, y que las maletas se pierdan en los aeropuertos. Que la gente corriente empiece una revolución usando curas y políticos como combustible de hogueras. Que las banderas se destiñan y los tontos no lleguen a presidente. Que ningún animal sea abandonado ni maltratado ni torturado. Que los que ayudan a los animales no cesen en su empeño. Que la risa sea nuestra constante, que pensemos y leamos, que nuestros ojos se aparten del teléfono. Que nuestra boca diga muchas veces gracias, perdón, te quiero y el beso dure menos que el enfado. Que bailemos juntos al son de todas las músicas posibles.

Salud para todos.

Marcos H. Herrero.

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