Si tú no fueras tan yo. XXXII
Te escribo esto porque siempre estás comunicando. Tan ocupado en tus asuntos que ni siquiera tienes tiempo de hablar conmigo. Ni en el azogue del espejo logro verte ya, o no logras verme tú a mí, según se mire. Ya sabía yo que acabaríamos perdiendo la comunicación. No soy esa mala influencia que susurra perversidades al oído, sabes. Bueno, a veces sí, pero nada hiciste que los dos no quisiéramos. Excepto ahora, empeñado como estás en darme indiferencia, viviendo una vida banal y sinsentido, aburrida hasta la locura. Además, mis malos consejos hicieron que latiera ese corazón que tenemos a medias, cosa que ocurre con menos frecuencia cada vez. Estos días iguales, esta amargura sobreactuada, estos enfados constantes hacen de tu derrota una caída irrefrenable. Tal vez si dejaras que yo aflojara la soga de tu cuello. Podríamos irnos por esa carretera que tiene las piernas abiertas, llena de destinos inciertos y carteles que se iluminan en la noche, hacia el primer horizonte que no