El Spleen de Córdoba.
Una naranja caída sobre el césped un patio con flores y luz blanca unos gatos en un molino abandonado el quejido de un pobre pedigüeño confundiéndose en el aire con el sonido de las campanas y la voz apremiante del muecín. El té lento de media tarde que reconforta a los viajeros igual que el rumor del agua de las fuentes. Un jardín con olor a azahar una catedral de jueves y una mezquita silenciosa los baños de regentes higiénicos las correcciones por fin encontradas el cansancio de una libertad repentina la lluvia corriendo impune sobre piedras saqueadas sobre mis botas llenas de agujeros. Los Omeya y su rugoso mocárabe el judío errante contando dinares la ingeniería romana, joven y eterna, sobre un teatro de piedra y variedades. Una alfombra voladora, otra llena de polvo una biblioteca, una hoguera de versos. Entre Maimónides y la nariz de Góngora te espero debajo de un arco de herradura. Un califa que se pasea entre las mesas con su traje dos talla